Volver a casa es reencontrarse con todo cuanto uno deja aquí. Y una de las alegrías mas gratas es recibir la emoción de Bruno y una compañía que se hace del todo inseparable por aquello de aprovechar el tiempo que podemos pasar juntos antes de la nueva partida. Algo con lo que se enfada enormemente y me somete a un chantaje emocional terrible que consiste en ignorarme por completo desde que me ve empezar a preparar las maletas; “ya se marcha otra vez”, “ya me vuelve a dejar aquí tirado”, pensará, el pobre. Y eso que se queda con “los abuelos”, pero su ama soy yo, que le vamos a hacer.
Bruno es una adopción. Lo encontró mi padre siendo un cachorro en vísperas de unas vacaciones de Semana Santa hace ya 5 años, en el campo. No llevaba collar ni microchip, estaba muy sucio y asustadizo. Mi padre consiguió captar su confianza, lo metió en el coche y lo trajo a casa.
Nunca olvidaré el día que llegó. Era un sábado, yo estaba en casa de mis padres, sonó el timbre y oí unas llaves que habrían la puerta. Bajé y allí, en mitad del recibidor estaba Bruno, solito, moviendo su rabito, sin atreverse a dar un paso y mirándolo todo a su alrededor. ¿Quién eres tú? Le pregunte, y al instante me arrebató el corazón.
Estuvo durmiendo casi dos días de lo cansado que estaba el pobre. Le lavamos, le alimentamos, pusimos anuncios y revisamos los ya existentes de perdida de animales. Al cabo de dos semanas no había ninguna pista sobre sus posibles dueños y después de consensuarlo en casa y acordar la ayuda de mis padres en momentos de viajes y demás, decidí quedarme con él. Así es que nos fuimos a vivir los dos solos y algunos fines de semana nos íbamos juntos a casa de Javier. Éramos nosotros dos y luego fuimos tres, aunque en la aventura china fue a él a quien le tocó salir del grupo y quedarse con “los abuelos” para no provocarle un trastorno de entorno y forma de vida.
Y os podréis imaginar como le echo de menos. Por mi trabajo paso muchas horas realizándolo en casa y siempre estábamos juntos y dábamos largos paseos. De pronto en Pekín, la casa estaba vacía sin el, como me hubiera gustado tenerle por allí corriendo y haciendo el gamberro, pero hubiera sido egoísta pensar solo en mi y en la compañía que me haría si hubiera venido a China conmigo. Tenía que pensar lo que era lo mejor para él, así es que con todo el dolor de mi corazón finalmente se quedo con “los abuelos”. Que sea dicho de paso, están encantados de tener “al nieto” en casa.
Así es que cada vez que volvemos no nos despegamos y vamos juntos a todas partes. Nos achuchamos, nos peleamos, discutimos, merendamos, paseamos, corremos... en fin... y hasta cantamos... sí! Y es que Bruno canta. Esta tradición le viene de las sesiones de yoga que habitualmente practicaba en casa. En los momentos de cantos, el venía se sentaba entre mis piernas cruzadas, ponía su cabecita debajo de mi barbilla y entonaba conmigo... lo que siempre me arrancaba una sonrisa...algunos vecinos debían pensar que estábamos tarados...
Y aquí os dejo a Bruno cantando. Aquí le provoco un poco para que lo haga, pero tampoco hace falta animarle mucho que a el solito le va la marcha.